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Camila Quisbert cuenta que aprendió a romper el silencio y el miedo, al darse cuenta que sí se puede poner un alto a la violencia. Dice orgullosa que gracias a escuchar y hablar con otras adolescentes en los talleres de formación, consiguió buscar ayuda para ella y su mamá. Tiene 15 años y vive entre los distritos 5 y 6 de la zona Túpac Katari de El Alto, una de las ciudades más jóvenes de Bolivia. “Me gustó mucho interactuar con estudiantes de otros colegios sin miedo a ser juzgada”, dice la adolescente en referencia a los talleres en los que participó y cuenta que se enteró de este proceso de formación gracias a una invitación del director de su unidad educativa. 

 

Ni bien Camila recibió la invitación, se inscribió y asistió a las 18 clases. En cada clase, la adolescente cuenta que abordaron diversos temas y tuvieron un impacto profundo en su bienestar mental. “Fue un apoyo invaluable para superar y reconocer dificultades que enfrento en mi casa”, explica. Estrechó lazos con compañeras de su colegio a las que antes no conocía. Escuchó y habló sobre los noviazgos en la adolescencia, en especial sobre la importancia de reconocer y la manera de evitar relaciones tóxicas. Al hablar con sus otras compañeras, se dio cuenta cómo los celos llevan a situaciones de violencia extrema y la importancia de poner un freno a este tipo de relaciones. 

 

En las sesiones, Camila también pudo entender y analizar lo que ocurría en su entorno familiar. Habló sobre la tristeza que le generaba la actitud de su papá para con su mamá, sobre todo la violencia constante que se vivía en su casa.  “Las clases me han ayudado a superar mi depresión, mis calificaciones eran bajas y mi mamá estaba muy preocupada, pero gracias al asesoramiento he podido hablar sobre mis problemas”, cuenta.
 

Camila se abrió más y habló con su mamá sobre todas las preocupaciones que tenía. “He logrado mejorar la comunicación con mi mamá, ella me contó sobre el abuso constante que vivió y con la información recibida en los talleres, estamos tomando acciones”, explica. 

 

Para la adolescente, en los cursos, aprendió a poner un alto a todo tipo de violencia. “Gracias a este proceso mi madre recibe ayuda psicológica para su bienestar mental y emocional”, dice. Camila cuenta que también aprendió a buscar ayuda ante cualquier hecho de violencia y a dar prioridad a su bienestar psicológico. “No tengan miedo de buscar ayuda para hablar sobre las situaciones de violencia que están viviendo. Estos talleres son una oportunidad para superar el miedo y tomar medidas radicales a quienes violentan nuestras vidas”, dice. 

 

El proceso formativo de brigadistas en el que participó Camila fue desarrollado por el Centro de Promoción de la Mujer Gregoria Apaza (CPMGA) en los Distritos 5 y 6 de El Alto, en el marco del proyecto “Promoviendo la igualdad de género para el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de adolescentes en Bolivia” de la Agencia de Cooperación Internacional de Corea (KOICA) que implementa el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) con aliados como el CPMGA.

 

La historia de Camilia no es ajena a la realidad que se vive en Bolivia, donde cada año los delitos de la Ley 348 (Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia), van en aumento. En 2022 se registraron 51.401 casos, mientras que en el 2023 la cifra cerró con 51.770, lo que refleja un incremento de 369, según un informe del Ministerio Público.

Según el fiscal general del Estado, Juan Lanchipa Ponce, de los 51.770 casos, el delito más denunciado a nivel nacional es el de Violencia Familiar o Doméstica con 39.096. Le siguen Abuso Sexual con 3.866, Violación con 2.999, Violación de Infante, Niño, Niña o Adolescente con 2.803, Estupro con 1.782, Acoso Sexual con 366, Substracción de un Menor o Incapaz con 356 y Violencia Económica con 149, entre otros.

Fotos: UNFPA
Mayores informes: rportugal@unfpa.org